Montserrat Vilà Planas · SinPermiso.
Cada semana tendría que ser simbólicamente un 8 de marzo.
Está bien un día internacional, pero cada vez está más contestada la hipocresía
de celebraciones que conviven con la moral y la violencia sistemática
institucional del sistema social y político. Cada semana asesinan a mujeres y
son hombres los ejecutores. Cada día se agrede psicológica y físicamente a
miles de mujeres.
La indignación y rebeldía subyacente en la explosión cívica
democrática del 15 de marzo y otros novísimos movimientos sociales, con su
exigencia de igualdad y empoderamiento en la plaza pública, nos replantea los
códigos en que se ha forjado la lucha de las mujeres y de las reivindicaciones
feministas.
Imbricación e interdependencia entre el patriarcado y el
capitalismo.
El patriarcado y el capitalismo, en la medida que configuran
sistemas sociales con su código ético y moralidad imperante, es importante
reconocer que su nacimiento corresponde a épocas muy distintas.
A medida que las etapas históricas se suceden se han
yuxtapuesto y complementado de una forma inseparable en sus distintos modos de
producción y correspondientes a situaciones sociales concretas. El patriarcado
hunde sus raíces en los siglos de la antigüedad, con la agricultura y la
propiedad privada, para incardinarse y pervivir con muy buena sintonía en la
contemporánea sociedad burguesa capitalista de la “libertad, igualdad,
fraternidad”. Conceptos revolucionarios de gran calado que casualmente excluyen
en la práctica real y en la moral al 51% de la población mundial, formada por
las personas y ciudadanas mujeres.
Es Andrea D’Atri quien en su artículo “Feminismo y marxismo:
más de 30 años de controversias”1 empieza con la cita: “Una revolución no es
digna de llamarse tal si con todo el poder y todos los medios de que dispone no
es capaz de ayudar a la mujer –doble o triplemente esclavizada, como lo fue en
el pasado- a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e
individual” de León Trotsky 2.
Cien años después de la revolución del octubre soviético,
con la demolición de los iconos machistas de la Familia patriarcal y burguesa,
con la igualdad en el trabajo para la mujer, su derecho unilateral al divorcio
y al aborto, su potestad como persona sin depender del padre, esposo, hermano o
hijo, su persecución implacable de la trata y el proxenetismo, con la
separación del Estado y de la Iglesia, además de la denuncia de la moral teñida
de paternalismo, asistimos a la involución de este ambicioso cambio para las
mujeres. En nuestro S. XXI el patriarcado existe y vive en todas las
instituciones y políticas del mercado capitalista de la propiedad privada.
Una moral jerarquizada por la masculinidad hegemónica.
La conciencia y moral dominante impone los valores de la
sociedad patriarcal como algo normal, consustancial a la vida, ancestral y
eterno, inamovible.
Ha habido un gran avance en la conciencia ciudadana, al
considerar de dominio público y político todos los agravios que conciernen a la
real desigualdad entre los hombres y las mujeres, en particular en pasar del
dominio privado, familiar e intimo, al publico. La actual concepción sobre la violencia
de género incluso se ha traducido en leyes y medidas con el objetivo de
atajarla, o al menos si no resolverla avanzar en limitarla.
Nos encontramos frente a cada medida, ley y procedimiento
que defiende los derechos de las mujeres como personas, una contra reacción
pública, notoria y lamentablemente muchas veces exitosa, que concita un amplio
consenso entre las personas que deben aplicarla y los agresores. A menudo las
mujeres que deciden denunciar a sus torturadores, no encuentran el apoyo necesario
para su recuperación, chocan con esta moral imperante, que trivializa,
normaliza el ataque recibido, sufriendo una victimización secundaria de parte
de la sociedad y las instituciones.
En nombre de la igualdad de derechos y la no discriminación
de los hombres con las mujeres, o la falta de recursos acrecentada con la
crisis económica, nos encontramos a diecisiete años de la Plataforma de Acción
de la IV Conferencia mundial sobre la mujer de Beijing5, a ocho años de la
promulgación de la Ley integral de medidas, que se impone en los hechos la
impunidad de los hombres en todos los ámbitos cívicos y legales. Incluso se
está produciendo el contrasentido de que bufetes de abogados/as que defienden a
las mujeres en temas de violencia de género, pasen a defender a los hombres
agresores por la simple razón de quien posee la capacidad y solvencia
económica.
Se genera una acusación en los medios que generalizan sobre
denuncias falsas que las mujeres utilizan a su favor las leyes, a pesar de que
son un escueto 0,1% 3. La realidad es la inmensa cantidad de sobreseimientos
dictados en los juzgados de violencia sobre la mujer (en 2010 23.772 un aumento
del 137% respecto 2005)3, la falta de órdenes de protección, la imposición de
la guardia compartida en casos de violencia. En fin, la víctima, la mujer, es
víctimizada, no se la escucha, se le niega credibilidad, y sigue discriminada
negativamente frente al hombre agresor.
La educación en la transmisión de valores desde la familia y
desde la escuela, se complementan con la prédica de la jerarquía eclesiástica y
los contenidos de los medios de comunicación en manos de los poderes públicos.
Venimos de una etapa de la humanidad en que hay un pacto
implícito de los hombres de dejar fuera de las decisiones de la organización social
al género femenino, a las mujeres. Hombres y mujeres estamos dentro de esta
forma de relacionarnos. Se ha normalizado que así sea, y en el imaginario
popular todavía se vive el "siempre ha sido así”.
La jerarquización del poder económico y político conforma el
núcleo ideológico de la moral en la que viven las mujeres y los hombres. Los
roles los impone este poder y estructura social basada en la dominación
patriarcal. Jerarquización que liga con los intereses del capital que la
aprovecha para la explotación del 99% de la población, sean hombres o
mujeres.
La pobreza tiene rostro de mujer.
Una parte substancial de la explotación del trabajo se basa
en la degradación general de las condiciones laborales y de vida, en particular
se ceba a fondo en las mujeres.
La crisis económica aumenta escandalosamente la desigualdad
salarial entre mujeres y hombres. La brecha salarial ha pasado de 28 a 29,1
puntos porcentuales. Una mujer tiene que trabajar 62 días más que un hombre
para lograr la misma retribución.
En esta época de crisis se equilibra la tasa de paro entre
los dos sexos, porque parte de una situación desequilibrada en cuanto a
población activa en el mercado laboral. En 2012 todavía supera en 2 millones la
masculina respecto a la femenina. Si la tasa de actividad fuera similar, la
tasa de desempleo femenino sería de un 37%.
Las mujeres suponen ya el 46,8% de la población asalariada,
aunque solo el 40,9% de la población asalariada a tiempo completo.
La pobreza tiene rostro de mujer. Las mujeres suponen el
69,5% de la población asalariada con ingresos inferiores al Salario Mínimo
Interprofesional pero solo suponen el 26% de la población que gana más de 8
veces el SMI.
No sólo la desigualdad salarial también las dificultades en
el acceso y condiciones laborales, la segregación sectorial y ocupacional, o la
especial incidencia en la empleabilidad de las mujeres de la ausencia de
políticas favorecedoras de la corresponsabilidad y medidas de conciliación entre
tiempo de trabajo y tiempo de vida, constituyen manifestaciones evidentes de la
persistencia de la desigualdad hacia las mujeres en nuestra sociedad. (Informe
secretaria confederal de CCOO. Nov.2012)4.
Esta discriminación salarial se extiende en las condiciones
laborales y en las expectativas de responsabilidades profesionales. Cuando
pasamos de las categorías más bajas al capataz, de la administrativa al jefe,
de la enfermera al médico, de la ejecutiva a los gerentes y consejeros
delegados, hay una pirámide infernal donde las mujeres son la base de muchas
profesiones y espacios de acción, pero son excluidas sin compasión en la
dirección de las empresas, de los partidos y en general de todos los aspectos
políticos de la sociedad.
La violencia machista no es biológica.
El sistema capitalista ha sostenido la sumisión de las
mujeres cuando no hay ninguna prueba científica ni necesidad vivencial que lo
justifique.
En todas las esferas sociales desde Aristóteles a nuestros
días el argumento biológico de diferencias entre los sexos masculino y femenino
ha sido la estrella que ha guiado a sabios y poderosos.
En este sentido la revolución industrial, las nuevas
tecnologías, todos los adelantos del último siglo han ayudado a demostrar la
falsedad de que las diferencias biológicas justifiquen la discriminación y la
situación de ciudadanas de segundo orden, incluso la negación de ciudadanas (en
el Vaticano, en Bután, en Arabia Saudí todavía no pueden votar les han
prometido en 2015,…), en el siglo XXI.
El género femenino como construcción social, con los roles
marcados en cada paso de nuestras vidas, de cómo nos hemos de relacionar, de
cómo hemos de amar, de qué proyecto de vida hemos de desempeñar, va unido a
cómo ha de ser la masculinidad hegemónica, es decir, de cómo se han de
comportar los varones.
La desigualdad sí interesa a una minoría dominante. Los
dueños del capital, de las finanzas, de las empresas y de las iglesias,
aprovechan para su interés de castas minoritarias la injusta desigualdad fruto
de la dominación de género de los hombres sobre las mujeres.
La lucha de las mujeres que nos han precedido, los logros
conseguidos a todos los niveles públicos y privados, en la educación, en el
trabajo, en la política, han demostrado que las mujeres somos parte de la humanidad
y como tales hemos de poder estar en los lugares de decisión y hemos de poder
vivir sin discriminaciones y desigualdades con respecto a los varones.
“Eres mía”
La violencia estructural y violencia institucional reside en
todos los ámbitos sociales públicos y privados.
Esta violencia institucional y empresarial hacia las mujeres
tiene su otra cara de la moneda en la extendida violencia de género con la que
los hombres agreden, torturan y asesinan a las mujeres, al grito de “eres mía”.
La mujer aún es una propiedad más del hombre en la sociedad y moral capitalista
patriarcal.
Necesitamos un cambio profundo en la sociedad
colectivamente, en las relaciones entre mujeres y hombres, que revertirá en
cambiar la jerarquía imperante entre dominantes y oprimidos.
En el plano del patriarcado que afecta a mujeres y hombres,
los hombres también sufren la opresión de la jerarquía machista. Todos los
colectivos de mujeres que están luchando por cambiar este sistema para la
emancipación de las mujeres han de formar parte de este futuro, de una nueva
manera de organizar la sociedad en otro sistema.
Este 8 de marzo, Día Internacional de la mujer trabajadora,
los lemas han oscilado entre el derecho a la igualdad en el trabajo hasta
contra el patriarcado y el capitalismo, por la revolución feminista ya, y
defensa de desobediencia feminista. La emancipación de la mujer se inscribe, en
esta crisis y en la globalización, entre los factores básicos para romper y
superar el capitalismo con su transmisión patriarcal. La revolución social y de
la mujer necesitan actuar estrechamente unidas para
vencer.
Volviendo a Andrea D’Atri 6 cita: "Sin Feminismo no hay
Socialismo", y explica: "¿Quién es socialista y no es feminista,
carece de amplitud, pero quien es feminista y no es socialista carece de
estrategia (Louise Kneeland, 1914) y continua ... es decir, se vinculará la
lucha de las mujeres con una lucha por un cambio social que ponga este sistema
patas arriba, porque está basado en una minoría de parásitos que explotan a la
mayoría de la humanidad, de las que las más afectadas son las mujeres ... de
mil trescientos millones de pobres que hay en el mundo, el 70% son mujeres y
niñas ... ".
Conciencia de las necesidades de transformación y de
subvertir las situaciones sociales de domínio y opresion.
Cuando los diferentes grupos de mujeres jóvenes analizan y
reflexionan en las plazas públicas las causas de esta violencia estructural que
oprime a la mitad de la población, va a las raíces del sistema, del sistema
patriarcal, pero también del sistema capitalista que lo sustenta. Incluso las
reivindicaciones políticas y sociales por la libertad de las mujeres a vivir en
un mundo libre de violencia, piden un cambio social profundo. Este cambio
social entronca con otros movimientos que también lo demandan.
Las mujeres estamos en todos los movimientos y la lucha es
transversal en todos los sectores sociales, por lo tanto cualquier revolución
del cambio social se hará con las mujeres como componentes e impulsoras
fundamentales o no se hará.
La transformación social implica unas bases materiales,
económicas, políticas, culturales y vivenciales que afectarán y permitirán un
estadio superior, diferente, para dar el paso a una igualdad real basada en el
diálogo, consenso y respeto mutuo entre los géneros. 10.03.2013
Notas:
(1) Andrea
D’Atri. Feminismo
y Marxismo: más de 30 años de controversias. Noviembre 2004.
(2) León
Trostky. La
Revolución traicionada.
(3) Fuente:
Consejo
General del Poder Judicial.
(5) Información
en: http://www.inmujeres.gob.mx/index.php/ambito-internacional/beijing
(6) Andrea
D’Atri. http://www.scielo.org.ve/pdf/rvem/v14n33/art09.pdf
Montserrat Vilà Planas es presidenta de la Plataforma
Unitaria contra las Violencias de Género de Cataluña